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Dos culturas en una sola fe

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En su juventud, Sor Lucero Romero, Misionera de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, se sentía atraída por la vida religiosa, pero se consideraba “indigna” de seguirla. Hija inmigrante de una madre soltera adolescente, la Hermana Lucero no podía creer que Dios la llamara a la vida consagrada.

Quería ser actriz, astronauta o abogada para lograr una buena situación económica y ayudar a su madre, que trabajaba sin descanso; pero la idea de hacerse misionera le parecía más fascinante que todos sus otros sueños.

“No quería llegar a la edad de 80 años sin haber resuelto esa duda de ‘¿qué tal si…?’ Así que un día me decidí a ver de qué se trataba”, señaló. “En realidad, prefería ir y decir que no, que ‘eso no es para mí’, y tacharlo de la lista de cosas pendientes antes que vivir con el deseo insatisfecho.”

Finalmente, Sor Lucero profesó sus primeros votos en 2017 y ahora se prepara para sus votos perpetuos este año o el próximo. Actualmente sirve como asociada pastoral en la parroquia de San José en Cockeysville, sirviendo en las pastorales en inglés y español, actuando como enlace entre las culturas presentes en la parroquia, traduciendo documentos y presentando materiales para la formación en la fe.

Originaria de San Luis Potosí, México, la Hermana Misionera de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro Lucero Romero, beneficiaria del programa DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia), que llegó a los Estados Unidos con sus padres a la edad de nueve años, y nunca ha regresado a su país de origen, ha sido asignada por su comunidad religiosa para servir por un año en la parroquia St. Joseph en Cockeysville. (Kevin J. Parques/Catholic Review) 

Mirando en retrospectiva en su caminar hacia la vida religiosa, ella ve la mano de Dios.

Originaria de Moctezuma, en San Luis Potosí (México), la hermana Lucero llegó a los Estados Unidos a la temprana edad de nueve años.

“Cuando tenía apenas dos años, mi mamá me dejó en México con algunos familiares para venir a trabajar a los Estados Unidos por un año, pero ese año se convirtió en seis”, comentó. “Eso fue hasta que mi mamá se arriesgó y pagó para que me trajeran a su lado.”

Un día su tía le dijo a Lucero: “Vamos a ver a tu abuela.”

“Mi abuela vivía lejos, pero yo sabía que no era tan lejos”, añadió, rememorando el haber cruzado a pie una fría corriente de agua. “No sabía a dónde íbamos, pero era falta de respeto cuestionar a mis mayores. Así fue como crucé el río (Río Grande) ‘a caballito’,” recordó.

Cuando Sor Lucero se reunió con su madre, la encontró con un nuevo compañero y una hijita de tres años.

“Nunca pensé en la vida religiosa por ciertos estigmas que hay, como ‘fui hija natural’ o ‘mis padres no vivían en gracia de Dios’,” aclaró. Pero su mentalidad cambió cuando leyó algunos pasajes bíblicos, en particular sobre David y Moisés, en los que no todo era perfecto.

“A menudo pienso que uno mismo es quien se pone límites y dice: ‘Señor, hasta aquí me puedes querer’. Así que pensé: ‘¿Por qué no dejar que Dios actúe en esta historia?’,” señaló.

Aunque creció en una familia católica no practicante, conoció mejor su fe católica cuando se preparaba para la Confirmación y luego se involucró en varias pastorales en inglés y español en su parroquia del Santo Nombre de Jesús, situada en Gulfport, Florida.

Siendo inmigrante indocumentada, temía que la fueran a deportar a ella y a su madre. Además, no podía ir a la universidad y se sentía frustrada porque no podía ir a visitar a su familia en México.

“Como inmigrante indocumentada, uno tiene más miedo, pero al mismo tiempo confía más en Dios”, dijo. “La fe lo hace más fácil, aunque no perfecto, pero cuando uno invoca la presencia de Dios, hay un sentido de consolación.”

Finalmente, Sor Lucero se benefició del programa DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia), que es una política de inmigración de los Estados Unidos según la cual las personas indocumentadas traídas al país en su niñez pueden recibir autorización para trabajar y protección contra la deportación.

La Hermana Lucero conoció a las Misioneras de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro mientras cursaba la educación secundaria en St. Petersburg, Florida, cuando su madre la inscribió para ayudar a las religiosas a localizar a familias hispanas en su apostolado de evangelización puerta a puerta.

“Me sorprendió ver cómo la gente saludaba a las hermanas y les ofrecía un café, y también cómo las hermanas trataban a la gente. ¡Era como si se conocían desde siempre!”, comentó. “Para mí, verlas caminar y rezar con la gente fue una inspiración.”

Las Misioneras de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro son una congregación fundada en México en 1934. Al igual que los sacerdotes y hermanos religiosos redentoristas, el carisma de las misioneras es seguir a Cristo Redentor y a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. La Congregación sirve en México, Estados Unidos, Guatemala, El Salvador, Venezuela, Filipinas, China e India.

Desde que la Hermana Lucero dejó su país natal han pasado ya 22 años. Su orden religiosa podría destinarla a viajar al extranjero, pero siendo beneficiaria de DACA, tal vez no podría ser readmitida a los Estados Unidos.

Pese a eso, ha declarado:  “Iré donde Dios me mande.”

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